Esto creó un problema: los malos mentirosos se ponen nerviosos. Como Pinocho, se delatan por movimientos no verbales involuntarios. La evidencia experimental indica que los humanos tienden a hacer inferencias sobre el estado mental de otras a partir de la mínima exposición de información no verbal. Como algún día expresó Freud: «Ningún mortal puede guardar un secreto. Si sus labios guardan silencio, habla con sus dedos; la traición es exhalada por cada uno de sus poros». En un esfuerzo por sofocar nuestra creciente ansiedad, elevamos automáticamente el volumen de nuestra voz, nos ruborizamos, sudamos, tocamos nuestra nariz o hacemos pequeños movimientos con nuestros pies.
Los biólogos proponen que la función de mentirnos a nosotros mismos es
más fluida que la de mentir a otros. La primera nos ayuda a mentir
sinceramente, sin saber que estamos mintiendo, sin alguna necesidad de
pretender que decimos la verdad. Por tanto, una persona que se miente a sí
misma dice la verdad según su propio conocimiento, y creerse sus propias
historias, le ayuda a ser más persuasivo.
Fuente: Revista Algarabía
No hay comentarios.:
Publicar un comentario