La estatua alusiva al General Heliodoro Castillo, que se encuentra en el centro de Tlacotepec, mide 2.20 m. de
altura, está hecha de bronce. Su elaboración obedece a un acuerdo de Cabildo votado
el pasado 16 de febrero, en el que se aprobó la realización de dicha estatua en
el marco de los primeros 100 años de la muerte del General, ahí mismo se ordenó
también la colocación de una cápsula del tiempo que se abrirá el 16 de marzo de
2067, fecha en la que se cumplirán 150 años de la muerte de nuestro caudillo
revolucionario.
Si observamos detenidamente
la estatua, nos daremos cuenta que tiene los rasgos de una persona bastante joven,
esto es así porque se elaboró con base en un retrato que se le tomó a Heliodoro
Castillo en la ciudad de Iguala en 1915, cuando tenía apenas 28 años de edad. Para
nuestro asombro, a esa edad ya había sido gobernador interino de Guerrero y era
ya el segundo hombre que gozaba de la mayor confianza de Emiliano Zapata en
nuestro Estado (un año antes había recibido precisamente de Zapata el rango de
General de División). Heliodoro Castillo habría de morir un año y medio
después, sin haber cumplido siquiera los 30 años de edad.
A diferencia de
Pancho Villa, Emiliano Zapata y algunos otros personajes de la Revolución, a
Heliodoro Castillo no le gustaba ser retratado; no le agradaba la idea de
aparecer en los periódicos, que por aquel tiempo se ocupaban mucho de los
asuntos de la Revolución Mexicana, que estaba en pleno desarrollo. Por esa
conducta tan reservada de Heliodoro Castillo es que no tenemos muchas
fotografías suyas; de hecho, si nos tomamos la molestia de observar
detenidamente las poquísimas fotografías que mayormente circulan cuando se
habla de nuestro personaje, nos daremos cuenta de que en todos los casos se
trata de un acercamiento a su rostro, a veces con boina, sin ella o con
sombrero, pero se trata en efecto de acercamientos y ediciones a partir de la misma
fotografía, la cual, como he dicho, se tomó como base para la elaboración de la
estatua recientemente develada.
El General se tomó
ese retrato después de haber asistido a un desayuno en casa de una familia
amiga suya, para ser más precisos por invitación de las hijas de esa familia,
unas señoritas de apellido García, quienes, junto con su madre, lo convencieron
a que accediera tomarse el tan mencionado retrato. En él aparece de pie, con su
pistola enfundada y con la mano derecha recargada sobre su sable, que está
clavado en el piso. Cuando eso sucedió, acababa de regresar de cumplir una
comisión ante el entonces presidente de la República, don Eulalio Gutiérrez, en
la Ciudad de México, en donde, por cierto, contó con la ayuda y complicidad de
un paisano nuestro, originario de Tlacotepec, que increíblemente tenía un empleo
en Palacio Nacional.